Lleva una vida oprimida, bajo el velo sutil de la ausencia.
Ojeras violáceas y lánguidos ojos, son la imagen que le devuelve el espejo cada mañana.
Labios paspados. Levedad de vida. Escasa nutrición de platos frugales, casi insalubres.
El desgano la atormenta.
Se propone cambios, pero no los logra.
Hasta que un buen día, sale al gran patio de su casa, ve tantas flores, tanta belleza, que ALGO la saca de su indiferencia.
No sabe lo que es.
Pero vuelve a su dormitorio. Se baña, se viste con gusto y ¡florece!. Libera su sentir caminando las calles que fueron tanto tiempo grises y hoy lucen brillantes.
Encuentra amistades en diligencias rápidas y libera también su palabra, desaloja brumas de soledad.
Y mientras camina, siente el alma regocijada, fertiliza en oración de agradecimiento a Dios. Despoja sus entrañas en escondido llanto, pero se siente bien, siente que libera y libera...
Monologa intensamente y desgrana desde sus raíces a las flores que aroman el día y se da cuenta que VIVIR es darse, quererse y querer, ser gentil. Abrir horizontes a destajo, sin medir a cuáles y a cuántos seres les asombre.
Recapacita sobre lo inútiles que fueron sus largas crisis, pero comprende que el encierro fue su arma más fuerte.
Y ahora sabe que la vida es afuera... es dar... es sacarse...porque el VIVIR es vertiente que pulsa todos los sentidos y no admite otra interpretación.
Quien está en paz con su conciencia, encuentra la vida en la vida misma.
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