La lluvia le ofreció sus lágrimas,
gotas de luz y cristal.
El dolor destruyó su alma
soñando con el altar.
Capelina y vestido al viento
por el prado peregrina;
canciones de amor y lamento
su corazón desperdiga.
Arrodillada junto al mar
como quien lava sus culpas,
columpia su gran angustia
con anhelo de cambiar.
Sabe su cielo encontrar
entre el mar y la belleza,
diáspora de dicha y grandeza
le enseñan a no claudicar.
El gesto de cortesía
y picardía en la mirada,
su fatiga alucinada
comienza a desfallecer.
Acompasa en armonía
una poesía nimbada
y esa figura deseada
vuelve a resplandecer.
Él horada su razón
con la mejor elocuencia.
Es esa dulce presencia
que le roba el corazón.
Y saben del amor eterno...
el que hospeda el sentimiento
es del que no tiene tiempos
ni fechas en un cuaderno.
Es el amor verdadero
que despierta la pasión.