Visitábamos una de las estacias
más imponentes de Santa Cruz.
La inmensa pradera se enorgullecía
de ser el marco verde, junto a las araucarias,
los abetos y alerces.
El reconocido lago, azul propotente
por el polvillo abrasivo del glacial,
donaba "placidez de lago en calma"
(como citara el poeta).
Nos acercamos a él por el muelle
de maderas pesadas, que sumaban belleza autóctona.
Dos hombres sobre una lancha,
nos ofrecieron dar un paseo. Todos el grupo aceptó con placer.
Uno de ellos, mapuche, nos contaba su alegría de vivir en ese edén: "...cada terrón de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada hoja reluciente de pino, cada playa arenosa, cada velo de neblina en la oscura selva, cada claro del bosque y cada insecto que zumba, son sagrados en las tradiciones y en la conciencia de los mapuches..."(1)
Al rato, se acerca al contingente el otro joven. Y cuando le preguntamos algo de su vida, respondió:
___¡Y sí...llevo una vida aburrida desde hace unos años en este desolado campo, vida desgraciada, no más..."
Sólo nos miramos... las palabras huelgan...
Elda Mazzelli
(1) Extraídas palabras de la famosa carta que dirigió el cacique Seattle al gobernador Washington Isaac Stevens en 1856, cuando éste último quiso comprarle tierras.