Ensayaba mil veces el paso de baile y no sé por qué razón volvía a equivocarme;
la profesora fijaba su mirada en mis pies, débiles, después de un amago de parálisis, y ejercía trabas en mi cerebro, cohartando todo lo que me proponía con mucho esfuerzo.
De nada servía el esmero de mi madre, por el traje con el que me luciría a fin de año. Yo sentía que jamás podría bailar bien.
La fecha de la demostración en sociedad se acercaba y el espejo del salón me devolvía mi ineptitud. Me robó tantas lágrimas...
Pero cuando a escondidas de todos y delante del mismo espejo ensayaba sola la coreografía, con la música a todo volumen para concentrarme mejor, todo salía de maravillas y crecía mi autoestima. Esto me hizo reflexionar...
Al volver a casa, bajé el espejo que teníamos sobre la cómoda, lo coloqué sobre una silla y ensayé hasta el cansancio, el pomposo "Lago de los cisnes".
Angélica me tomaba de la mano y con lo extrovertida que era, me enseñó y corrigió mil detalles. Bailábamos juntas todas las mañanas. Tanto, que creo que hasta soñaba desplegando mis alas como los cisnes aquéllos...
Llegó el día de la fiesta. La profe estaba nerviosa, furiosa, prepotente. El grupo de bailarinas pedimos que se alejara.
Todas nos sentíamos mal ante su presencia.
Muy enojada con nuestra solicitud, se fue a uno de los palcos, desde donde ninguna de nosotras podía escuchar sus palabras de bronca acostumbradas.
"El lago de los cisnes" sonó increíblemente cadencioso y nosotras, etéreas como una nube, dóciles, sueltas, hábiles, sagaces, nos lucimos como nunca.
El público aplaudió varias veces y solicitó la vuelta a escena, que pudimos complacer más que dichosas.
Cuando el teatro quedó vacío, "ella", todavía absorta desde su palco, comenzó a aplaudir y a gritar "vivas" a rabiar. Luego bajó, nos besó y abrazó a una por una y muy seria dijo:¡PERDÓN! y se marchó.
Pudimos comprenderla.
Hoy con la foto de Angélica en mis manos (mi ángel) todavía sigo agradeciendo su celestial ayuda.
A veces olvidamos a nuestros ángeles guardianes...
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