Yo que he salido a caminar mi calle
en esas horas de colores tiernos,
puedo deciros de su estremecida vocación de silencio…
…quiere ser calle de cielo..”
Dice Antonio Requeni en su poema.
Y Juan José Saer pudiera agregar :
“…el olor de café, denso como un abrazo, en la casa quemada de gran amor……con los ojos cerrados oigo voces ajenas cantar mi misma canción y sé que esté donde esté, se está siempre en la TIERRA NATAL, porque un hilo invisible, cuya medida es la que uno le impone, te acompaña indefinidamente dando alteridades del recuerdo que ya son leyenda…”
Y nuestras calles… ¡Gracias a Dios! ...aún se visten muchas veces de silencio, son calles de cielo. Se hacen leyenda y cuentos, y se dispersa el irreemplazable aroma de café, que despierta un dejo de amor y ansia de re-vivir. Uno siente el alma respirando brisa y ternuras idas, con el dulce sabor de aquélla alegría que llenaba todos los espacios…una paz impagable.
La vida, también aporta días en que hiere las entrañas con situaciones extremas y que, entre los recuerdos felices, afloran…no para obnubilarnos, sino para reconocer que Dios, siempre ha puesto SUS ÁNGELES CUSTODIOS a nuestro lado. Seres íntegros, solidarios, nobles, sacrificados, que escriben con su apostolado, muchas páginas de la historia de la comunidad; seres que no sólo saben el sentido de su deber y oficio, sino que la ternura de su corazón, puesta en cada gesto, en cada acto y palabra, sabe consolar y serenar el espíritu de quien los llama.
¡Ah, Señor! Cuánta pena alivian…bendícelos hoy y siempre. Ellos son los enfermeros de hospitales, sanatorios, enfermerías, emergencias, geriátricos…empresas todas, que prosperan cuando hay entrega, humildad y disciplina. Estoy segura de que Dios les tiene preparada una indulgencia muy especial por lo que son, hacen y dan.
Cuando el dolor acosa, no se tiene la capacidad pensar más que en uno mismo.
Pero“ellos” saben que el dolor y el sufrimiento generan respeto y un espacio sagrado. Al decir de San Camilo, patrono de los enfermos y de los profesionales de la salud, “…ellos deben cuidar del enfermo con la ternura, el candor y devoción, como los que tiene una madre con su hijo”.
San Juan de la Cruz dice: “…un siervo herido, por tu vida asoma y de ti mismo el aire fresco toma…”
Los profesionales de la salud comparten el camino de la Cruz ajena y a la vez, el enfermo es también apóstol desde su misma enfermedad, porque nos convoca a obrar con misericordia.
El enfermero sabe que aparecen sorpresivamente, necesidades concretas que requieren soluciones concretas y rápidas. Ellos, con su destreza, idoneidad y equilibrio sereno, hacen posible que “todo pase dignamente” y el enfermo se colme de agradecimiento. Esos enfermeros, se sumergen en la realidad para transformarla y casi diría “transfigurarla”. ¡Es de tanta nobleza lo suyo!
Y nuestras enfermeras y enfermeros tienen la humildad sabia.
Esa misma de Jesús, cuando lavaba los pies a sus apóstoles, que no los miraba por sobre sus hombros, sino que su mirada subía desde los mismos pies hacia arriba, en toda su humanidad.
Por supuesto que en todo oficio o profesión, existen los ineptos, insensibles, indiferentes y hasta groseros, gruñones y perezosos. Personas que, al igual que todas, fueron “seleccionadas” para ese trabajo, por un personal directivo que CONFIÓ en ellos y no saben corresponder con inteligencia, respeto, incluso hacia sí mismos, al punto de arriesgar su trabajo. ¡Pero nada les importa!. De ellos no hablemos.
Antes, en mi lejana niñez, la visita domiciliaria era más sanadora (¡¡¡Y aún lo es!!!) que la misma medicación recomendada. La paz que trae el médico al alma del enfermo, sus preguntas, una sonrisa, una palmeada o palabra de FE, de esperanza, dejan en quien lo necesita, adrenalina pura que incentiva todas sus hormonas y logra que se sienta nuevo. Porque también el profesional, se transfigura en Jesús, por la sutil invitación a la Fe que exorta, por el bendito “DON DE GENTES”, hoy tan perdida virtud divina.
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