Avanza desolado.
Cruza el puente sin mirarlo,
absorto, desvalido
y en su mente
un amor nunca olvidado.
Al retomar el camino agreste
asoma entre piedras, el hilo acuoso,
donde sacia su sed, de rodillas,
y refresca un fruto
de corazón meloso.
Cruza el vado,
breve alcantarilla
y vuelve a subir la cuesta
¡y la padece!
el camino del Sepulcro le parece
por lo duro, empinado
y sin estrella.
En lo cóncavo de una roca se guarece
y mengua el cansancio, recostado.
¡Sueña verla sentada, a su lado!
mimándolo como sabe no merece
y despierta asustado por el viento
que lo agrede
en enemistad perenne.
Baja la cima, columna endeble,
zozobra, inquietud y hasta lamento
por desandar lo que feliz,
y junto a ella, ha compartido.
Sabiendo que fue él
quien más ha herido
el corazón de su siempre bien amada.
¡Y de pronto la ve!
¡ahí sentada!
en las gradas del viejo anfiteatro.
Se abrazan en ternuras y emociones...
presagian un amor pródigo y santo.
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